Recientemente leí un artículo que decía que la iglesia es responsable de
algunos abortos porque hacemos que las mujeres se sientan culpables cuando están
embarazadas solteras.
Es popular decir que nuestro problema es
la culpa, no el pecado. Y este argumento normalmente aparece con pecados
culturalmente aceptados como el sexo premarital, el aborto, o los estilos de
vida LGBTQ. Pero esto es simplemente una manera sofisticada de culpar a Dios
por Sus mandamientos amorosos, protectores y con propósito.
Nuestros pecados deberían causarnos
culpa:
“Acérquense a Dios y él se acercará a
ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes, los indecisos, purifiquen
su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y
laméntense. Que su risa se convierta en llanto y su alegría, en
tristeza. Humíllense delante del Señor y él los
exaltará.” Santiago 4:8-10
A la iglesia se le ordenó llamar a las
personas al arrepentimiento y restaurarlos a la comunión (1
Corintios 5:12; Gálatas
6:1; Santiago
5:19-20).
Ayudar a alguien a evitar la auténtica culpa no es bueno y es dañino.
Si sentimos pena de nosotros mismos en
vez de pena por nuestros pecados, estamos tomando “el camino de Caín”. Si
una mujer mata a su hijo no nacido y culpa a la iglesia por hacerla sentir
culpable, está llamando a Dios mentiroso (1
Juan 1:8-10).
La iglesia debería cuidar amorosamente a
las mujeres solteras para que puedan dar vida a sus hijos no nacidos, pero ese
proceso debe comenzar con la confesión y arrepentimiento de la mujer.
Esto es cierto para todos los pecados. Debemos
enfrentar honestamente nuestros pecados sin sentir lástima por nosotros mismos
ni culpar a otros.
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