La amargura es como veneno.
A veces somos
“mordidos” con la amargura porque hemos sido genuinamente maltratados, pero a veces
estamos amargados porque rehusamos admitir que estamos equivocados.
Una mujer
amargada culpa a sus padres por sus relaciones difíciles en vez de reconocer su
ingratitud y su falta de respeto.
Un empleado
amargado culpa a su jefe de ser irrazonable en vez de reconocer su irresponsabilidad
y actitud rebelde.
Una mujer
amargada culpa a su amiga por su relación quebrada en vez de reconocer su espíritu
crítico y orgullo.
La gente
amargada daña las relaciones y culpa a otras personas por el daño.
La amargura no discute. Acusa.
No se arrepiente. Se excusa.
Se enfurruña en vez de escuchar.
Corta el contacto en vez de perdonar.
Por eso la
Escritura nos exhorta:
“Busquen la paz con todos,
y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Asegúrense de que nadie
deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause
dificultades y corrompa a muchos.” Hebreos 12:14-15
No tenemos que
aprobar o estar de acuerdo con todos, pero se nos ordena que perdonemos a otros
y los tratemos con bondad. De hecho, nuestro manejo de las diferencias revela
la calidad de nuestra fe (Proverbios 24:10).
Romanos 12 es un
gran "antídoto" para todo tipo de amargura,ya sea que venga del
maltrato o del orgullo.
Inglés: Bitterness that comes from pride
Traducido por: Silvia Naviliat
No comments:
Post a Comment