Quien sea que dijo: “Los palos y las piedras pueden quebrar tus huesos, pero
las palabras nunca pueden herirte” estaba equivocado.
Las palabras pueden dejar cicatrices más profundas que las heridas de
cuchillos.
También
pueden causar una alegría eufórica.
Las palabras
pueden ser engañosas u honestas… pasadas por alto o enfatizadas… obvias o entre
líneas… exclamadas o susurradas… gritadas u oradas.
Como
escritora, amo las palabras. Las escribo y las borro, las saco y las repito,
las alargo y las acorto.
Pero algunas
palabras tienen su propia categoría—aquellas que son inspiradas por Dios:
“Toda la Escritura es inspirada
por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en
la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado
para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17).
No necesitamos cambiar ninguna de las verdades de la
Palabra de Dios. Ellas son siempre relevantes, siempre actuales, siempre
verdaderas y cambian vidas (Mateo 24:35; Hebreos 4:12).
Quien sea que haya escrito las palabras
sobre los palos y las piedras no sabía de qué estaba hablando, pero Dios sabe todas
las cosas y ¡habla solo la verdad!
Agradezcamos hoy a Dios por Su Palabra y
¡asegurémonos de usarla correctamente! (2 Timoteo 2:15).
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