Hemos hablado de Jesús como nuestro fundamento y nuestra piedra angular. Ahora
miremos a Cristo como la roca de nuestra protección:
El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, la roca en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me
salva, ¡mi más alto escondite!...Pues ¿quién es Dios
sino el Señor?¿Quién es la Roca sino nuestro
Dios?...¡El Señor vive! ¡Alabada sea mi Roca!
¡Exaltado sea el Dios de mi
salvación! Salmo 18:2,31,46
Siempre podemos encontrar refugio, consuelo,
paz y esperanza en nuestro Señor:
Sé tú mi roca de refugio adonde pueda yo siempre acudir; da la orden de salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza. Salmo
71:3
Podemos depender de nuestra Roca para levantarnos de
los pozos del desaliento, la confusión y la autocompasión:
Me sacó de la fosa fatal,
del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Salmo
40:2
Pero el aspecto más importante de
nuestra protección en Cristo se encuentra en Salmo
62:2,6-7:
Solo él es mi roca y mi
salvación; él es mi refugio, ¡jamás caeré!...Dios es mi
salvación y mi gloria; es la roca que me
fortalece; mi refugio está en Dios.
Por qué no tomar un tiempo hoy y
reflexionar en estos pasajes y en los dos a continuación y pedirle a Dios que
te dé la perspectiva del carácter de Cristo como nuestra Roca.
Salmo
61:2:
“Desde
los confines de la tierra te invoco, pues mi corazón desfallece; llévame a una roca que es
más alta que yo.”
Salmo
92:15:
«El Señor es justo, él es mi roca y en él no
hay injusticia».
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